La rebelión contra la teoría económica neoclásica y otras revueltas


Michael R. Krätke

En junio de 2000 comenzó en París una rebelión. Estudiantes de elite se rebelaron contra lo que les prometía prestigio, dinero y carrera: contra el tipo de teoría económica con que se les instruía en las universidades elitistas de París. Esa teoría dominante, la neoclásica, omnipresente en los libros de texto del mundo entero. La sabiduría convencional que inspira la política económica y financiera en todos los países capitalistas les resultaba un acúmulo de dogmas ajenos al mundo. Inapropiada para entender mejor el mundo, y no digamos para cambiarlo.

En una petición por Internet a sus profesores, manifestaron su malestar: querían “romper con el paradigma de los mundos imaginarios”, no querían seguir siendo educados sordos y ciegos a una realidad social de la que los modelos del mundo de los representantes de la doctrina dominante se desentendían como mejor sabían.

De aquí el nombre que pronto se dio a sí mismo el movimiento: „Movimiento de economistas ‘post-autistas’ para una economía ‘post-autista’”. Se rebelaban contra el uso, convertido en fin en sí mismo, de modelos formales, exigían pluralismo científico-social en vez de monoteísmo neoclásico; realismo empírico, en vez de abstracción formal. La petición halló un amplio eco, y la política oficial, en la persona del entonces ministro socialista de cultura Jack Lang prometió revisar los criterios curriculares académicos homogéneos en todo el país, mientras los mascarones de proa de la doctrina dominante lanzaban un contra-manifiesto a favor del mantenimiento de la doctrina neoclásica pura. El movimiento de los “Post-autistas” no pudo resistir el contraataque.

En junio de 2001, 27 estudiantes de economía de la Universidad de Cambridge hicieron un llamamiento a la „Apertura de la teoría económica” que consiguió la firma de reputados economistas del mundo entero. Surgieron de ahí un foro de Internet y una revista electrónica –Post-Autistic Economics Review— que logró 10.000 suscriptores de 150 países. Hay redes ahora de rebeldes post-autistas hasta en Japón y China. A Alemania el movimiento rebelde ha llegado relativamente tarde, sólo desde noviembre de 2003 hay aquí un “Círculo de teoría económica post-autista”, pero sus protagonistas han logrado hasta ahora poca resonancia. La ortodoxia neoclásica impera por estos lares más impertérrita aún que en los propios EEUU. El Verein für Sozialpolitik, la mayor asociación de economistas en Alemania, ha logrado ignorar hasta ahora la rebelión estudiantil.

Saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren

En el mejor de los casos, los partidarios de la doctrina dominante han reaccionado lacónica y contenidamente: para sostener afirmaciones claras e inequívocas, es precisa la formalización de todo; lo que piden los críticos, se puede fácilmente encuadrar en el mundo de los modelos neoclásicos. Pluralismo hay ya bastante dentro del paradigma neoclásico. Por lo demás, la teoría económica se ha abierto ya con mucho éxito gracias, por ejemplo, a la “teoría de la elección racional” y a la nueva “economía de las instituciones“. Incluso ha explorado terra incognita, ganando visiblemente ascendencia sobre el resto de ciencias sociales.

Y es verdad: el “imperialismo de la teoría económica“ –es decir, el platonismo de modelos de impronta neoclásica— ha, emprendido, en efecto, una marcha triunfal sobre la ciencia política bajo la bandera del public choice y de la new political economy (la aplicación de la teoría neoclásica de los mercados a los procesos políticos en las democracias parlamentarias), conquistando bien dotadas cátedras en las provincias. Por doquiera que los científicos sociales se preocupan de la renovación de los cánones de su especialidad, hay neoclásicos al acecho como representantes de la nueva ciencia universal de la acción racional (de intercambio). Actúan con superlativo éxito como „modernizadores“ y „renovadores“, pioneros en cabeza del progreso científico.

En su pugna con el establishment científico, tienen los rebeldes una difícil posición, de la que son parcialmente culpables. Saben lo que no quieren; pero no saben lo que quieren. Saben que de lo que se trata es de revivir la teoría económica como ciencia social, confrontarla con el mundo real de los mercados y de los capitalismos realmente existentes, superando el platonismo de los modelos de la doctrina dominante. Pero no van más allá de la promoción de una apertura a las posiciones heterodoxas, conforme a un pluralismo metodológico y teórico en la ciencia económica. Aquí radica la debilidad del movimiento rebelde, que no logra emanciparse de su adversario supuestamente todopoderoso, la teoría económica neoclásica. Sus miembros tratan desesperadamente de orientarse, buscando inspiración ejemplar en la historia y en la actualidad. Así, van a dar en los pocos grandes economistas que, como Schumpeter, Keynes y Sraffa, criticaron al menos parcialmente la teoría económica dominante. Así, buscan en los neorricardianos y en los postkeynesianos el acceso perdido a la realidad económica. Muy recientemente, algunos han empezado a redescubrir al malfamado Marx. Pero aquí se cobra buena venganza el hecho de que, desde hace décadas, los marxistas, mayoritariamente, dejaran de comprender ni una palabra de economía o de economía política, al tiempo que la teoría económica oficial castigaba al marxismo con el desprecio.

Las teorías neoclásicas de toda laya, incluido el „imperialismo de la teoría económica“, viven a cuenta de haberse convertido en doctrina imperante. No es que sus representantes dispongan de una mejor teoría empíricamente pertinente o lógicamente consistente; disponen de poder e influencia en el mundo de la empresa científica. Merced al significado políticamente eminente de su especialidad, han llegado a convertirse en una casta que (co)gobierna el mundo, porque están directamente implicados por doquier en el ejercicio del poder, ya sea privado o formalmente público. La econocracia tiene hoy la última palabra en el grueso de los países capitalistas, determina los perfiles de la política económica, de la política financiera y de la política social; se atraviesa en el camino de cualquier cosa que se resista a la pretendida lógica de la economización racional. Los tecnócratas que hoy gobiernan transnacionales, bancos, mercados de valores y fondos de inversiones son producto de las forjas ideológicas de cuadros en que han venido a parar, o mejor aún, degenerar, unas facultades de ciencias económicas que, en el mundo entero, han seguido el ejemplo de las Business Schools norteamericanas. En el mejor de los casos, los economistas que allí se forman son tecnócratas que se tienen por políticamente neutrales, y representantes de una ingeniería social pretendidamente universal. A esa imagen de sí propios, y a la íntima vinculación con las estructuras e instituciones realmente existentes del poder privado (y estatal), contribuyeron también lo suyo los keynesianos en sus épocas de gloria.

La Universidad, abandonada sin presentar batalla

La rebelión de los jóvenes economistas tiene posibilidades de éxito, si encuentra aliados en las ciencias sociales en que se da análoga protesta. Esa perestroika se resiste no por casualidad contra la anexión de la ciencia política por parte de la teoría económica neoclásica, contra el páramo intelectual adornado con encajes de bolillos psedomatemáticos que son ahora las principales revistas académicas de la especialidad (en las que, quien quiera triunfar, se ve obligado a publicar). Se resiste contra la investigación patrocinada por sponsors, en la que las técnicas de un pretendido arte de ingeniería social han ido sentando cada vez más en exclusiva los criterios de relevancia y bondad científicas. Los politólogos rebeldes del movimiento perestroika quieren socavar la hegemonía de la doctrina dominante, quieren conseguir el una y otra vez invocado pluralismo teórico, que prácticamente ha dejado de existir. Ese movimiento ha sido ignorado hasta ahora en Alemania. Lo que dice mucho de la miopía y el provincianismo voluntarios de la ciencia política cultivada por estos pagos.

La crisis de hegemonía que tanto tiempo habían anhelado los teóricos de izquierda, hace mucho que ha llegado; sólo que no les sirve de gran cosa por el momento a los rebeldes. Ahora se cobra amarga venganza el hecho de que por décadas los marxistas se hayan dedicado a interpretar de diversas formas, no el mundo, sino los escritos de Marx, en vez de acometer la tarea de desarrollarlos, a fin de adaptarlos a la explicación de los fenómenos del capitalismo de nuestros días.

Ya podría hoy Max Weber presentarse a unas oposiciones de ciencia política o de sociología cuantas veces quisiera, que no las ganaría. Por no hablar de Karl Marx. También la Universidad es un frente de lucha, y la izquierda, precisamente la izquierda intelectual en Alemania, ha abandonado ese frente sin reñir batalla. A despecho de toda la cháchara sobre „hegemonía“.

Michael Krätke estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía)

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